Un grupo cada vez mayor de científicos cree que sí, y se pregunta si los antivirales podrían tratar la enfermedad.
En el verano de 2024 varios grupos de científicos publicaron un curioso hallazgo: las personas vacunadas contra el herpes zóster tenían menos probabilidades de desarrollar demencia que sus compañeros no vacunados. Dos de los trabajos procedían del laboratorio de Pascal Geldsetzer, de la Universidad de Stanford. Analizando historiales médicos de Gran Bretaña y Australia, los investigadores llegaron a la conclusión de que alrededor de una quinta parte de los diagnósticos de demencia podrían evitarse mediante la vacuna original contra el herpes zóster, que contiene el virus vivo de la varicela zóster. Otros dos estudios, uno realizado por la empresa farmacéutica GSK y otro por un grupo de académicos británicos, también informaron de que una vacuna “recombinante” más reciente, más eficaz para prevenir el herpes zóster que la versión viva, parecía conferir una protección aún mayor contra la demencia.
Durante años, la mayor parte de la investigación sobre la enfermedad de Alzheimer -la causa más común de demencia- se ha centrado en dos proteínas, conocidas como amiloide y tau. Estas proteínas se acumulan en el cerebro de las personas que padecen la enfermedad, formando placas y ovillos que impiden que las neuronas funcionen correctamente. La mayoría de los científicos suponían que estas proteínas eran la causa principal de la enfermedad de Alzheimer. Pero los estudios sobre el herpes zóster publicados en 2024, junto con una serie de nuevos trabajos, dan más peso a una idea alternativa que se remonta a décadas: que los virus desencadenan la enfermedad. Según esta teoría, las placas y los ovillos de proteínas podrían ser la respuesta del organismo a una infección vírica subyacente. Si esto es cierto, la eliminación del virus podría prevenir o tratar el Alzheimer.
En raras ocasiones, el virus también puede provocar una inflamación masiva en las mismas zonas cerebrales más afectadas por el Alzheimer. En experimentos realizados a principios de la década de 2000, la profesora Itzhaki descubrió que si infectaba células cerebrales humanas cultivadas en laboratorio con el VHS1, los niveles de amiloide en el interior de las células aumentaban drásticamente. Esto la llevó a sospechar que existía una relación causal.
Pero la creciente desilusión con la principal hipótesis sobre la causa del Alzheimer ha llevado a los científicos a buscar alternativas, como los virus. Durante décadas, por ejemplo, se han invertido decenas de miles de millones de dólares en desarrollar tratamientos para reducir los niveles de amiloide y tau en el cerebro, pero los resultados han sido decepcionantes: los fármacos contra el amiloide sólo tienen un efecto modesto sobre la enfermedad. El descubrimiento de que los patógenos pueden desencadenar otras enfermedades neurológicas, como la conexión entre el virus de Epstein-Barr y la esclerosis múltiple, ha hecho aún más plausible el vínculo.
En un intento de impulsar la teoría de la profesora Itzhaki, un grupo de 25 científicos y empresarios de todo el mundo se han reunido en la Iniciativa del Patobioma del Alzheimer (AlzPI). Su misión es aportar pruebas formales de que la infección desempeña un papel central en el desencadenamiento de la enfermedad. En los últimos años se han publicado en las mejores revistas científicas sus trabajos, que detallan cómo los virus desencadenan la acumulación de proteínas relacionadas con el Alzheimer.
Una nueva idea, apoyada por algunos miembros del AlzPI, es que el amiloide y la tau pueden ser en realidad la primera línea de defensa del cerebro contra los patógenos. Según William Eimer, de la Universidad de Harvard, estas proteínas son pegajosas, por lo que pueden aferrarse a virus o bacterias para frenar su propagación antes de que entren en acción respuestas inmunitarias más sofisticadas. Por tanto, en pequeñas cantidades, las proteínas parecen mejorar la salud del cerebro. Sin embargo, la presencia de un VHS1 activo o de otros patógenos puede hacer que el sistema inmunitario se desborde, haciendo que las proteínas se adhieran entre sí y creen las placas y ovillos que dañan las neuronas en la enfermedad de Alzheimer.
La genética parece influir en este proceso, lo que responde a algunas críticas. La elevada incidencia de la enfermedad en las personas con síndrome de Down, por ejemplo, podría explicarse por el hecho de que sus organismos producen más cantidad de la proteína que, en determinadas condiciones, se convierte en amiloide. Según la teoría de algunos científicos del AlzPI, este mayor suministro potencial de amiloide podría facilitar la formación de placas en respuesta a un virus. Las personas con Down también son más propensas a las infecciones.
Es más, en 1997 la profesora Itzhaki descubrió que las personas con una variante genética conocida por aumentar el riesgo de Alzheimer, la ApoE4, sólo eran más propensas a contraer la enfermedad si también tenían HSV1 en el cerebro. En 2020, un grupo de científicos franceses demostró que las activaciones repetidas del virus, aparentemente inofensivas en personas sin ApoE4, triplicaban con creces la probabilidad de desarrollar Alzheimer en quienes lo padecían.
Investigadores de la Universidad de Tufts, en colaboración con el profesor Itzhaki, han investigado por qué se produce dicha reactivación. En 2022 descubrieron que la infección con un segundo patógeno, el virus del herpes zóster, podía despertar el HSV1 latente y desencadenar la acumulación de placas y ovillos. Esto podría explicar por qué la vacunación contra el herpes zóster parece proteger contra la demencia. En otro estudio publicado en enero, los investigadores de Tufts también demostraron que una lesión cerebral traumática -un conocido factor de riesgo del Alzheimer– también podría despertar al VHS1 e iniciar la agregación de proteínas en células cerebrales cultivadas en una placa.
La teoría viral tiene implicaciones prometedoras para el tratamiento. Las terapias actuales contra el Alzheimer, que intentan reducir los niveles de amiloide en las células cerebrales, se limitan a ralentizar la progresión de la enfermedad. Sin embargo, si los virus son un factor desencadenante, la vacunación o los fármacos antivirales podrían prevenir futuros casos. Estos tratamientos también podrían ralentizar o detener la progresión del Alzheimer en quienes ya padecen la enfermedad. Nada de esto requiere grandes avances. Ya existen antivirales contra el herpes labial que no están protegidos por patentes. Y la vacuna contra el herpes zóster se ofrece ahora de forma rutinaria a las personas mayores en muchos países.
Muchos investigadores han revisado historiales médicos en busca de vínculos entre los antivirales y la reducción de los diagnósticos de demencia. Este tipo de análisis retrospectivos suelen ser difíciles de interpretar, ya que las personas que toman medicamentos o se vacunan tienden a ser más conscientes de su salud en general, lo que las hace menos propensas a desarrollar enfermedades como el Alzheimer. Pero algunos de los resultados son prometedores. Un estudio publicado en 2018 descubrió que para las personas mayores de Taiwán que tenían herpes labial, tomar un antiviral reducía el riesgo de demencia en un 90%. Varios análisis posteriores de datos médicos de otros países encontraron efectos protectores más modestos de los antivirales, normalmente entre el 25 y el 50%.
Ya está en marcha el primer ensayo clínico aleatorizado y doble ciego para probar la eficacia de los antivirales contra la demencia. Un grupo de investigadores, en su mayoría de la Universidad de Columbia, está comprobando si el valaciclovir, un antivírico utilizado contra el VHS1, puede ralentizar el deterioro cognitivo en personas con alzhéimer en fase inicial. Entre 2018 y 2024, los investigadores reclutaron a 120 pacientes y trataron a la mitad con el antiviral. Esperan publicar sus hallazgos a finales de este año y los críticos de la teoría del virus dicen que un resultado positivo en este ensayo sería suficiente para convencerlos de lo contrario. Si Geldsetzer y su equipo consiguen financiación, es posible que pronto se realice un ensayo similar con la vacuna contra el herpes zóster.
Alrededor de 32 millones de personas en todo el mundo padecen la enfermedad de Alzheimer. Si los tratamientos antivirales consiguen ralentizar, retrasar o prevenir incluso un pequeño subgrupo de estos casos, el impacto podría ser tremendo.
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